domingo, octubre 17, 2004
La supremacía de Byrne
El viernes reencontré un pedazo de mí que había dejado adormecido al costado de mi corazón. Y fui feliz.
Si, en la banda de sonido de mi adolescencia los Talking Heads ocuparon gran parte de mis días. Aún recuerdo el día en que abrí ese vinilo de tapas amarillas y un circulo azulado y lo puse en el centro musical, y apenas esa voz de tenor desesperado comenzó a decir a gritos que él tan solo era un tipo común que estaba derrumbando con fuego su casa supe que ya no iba a poder escuchar nunca más al rock como lo venía haciendo hasta ese entonces. Si, por aquellos tiempos Pink Floyd te desgarraba el alma con un tipo que se aislaba de la sociedad construyendo una pared, y apareció este otro igual de paranoico y con miles de problemas, pero encima de sus desgracias te invitaba a bailar. Aleluya.
Los años pasaron y a principios de los noventas David Byrne vino por Rosario a presentar su cuarto disco solista, casi en modo unplugged, con su pelo largo y negro, comprometido con la world music y mostrando su virtuosismo como sólo los buenos músicos pueden hacerlo. Beneficios de haber estado en el Primer Mundo, con el espejismo del uno a uno.
Y hace apenas quince días nos enterábamos que volvía a Rosario. ¿Era cierto? Si que lo era. Y bendito sea aquel al que se le ocurrió traerlo a Rosario.
Hacía mucho que no iba a un recital, estaba medio peleado con el Rock (&Pop, je) y mis últimas incursiones a conciertos fueron a ver bandas que estaban surgiendo o que eran el furor veraniego del momento. El último recital internacional que había visto fue el de Clapton en el 2001 (y casi me dormí), así que creo desde la despedida de Soda no iba a ver algo que tenía que ver con mis "raíces" musicales.
Y me encontré con un Byrne igual de flaco, pero con pelo corto y canoso, que con solo dos acordes me devolvió aquellos buenos momentos del pasado. Acompañado de un sexteto de cuerdas, un set de percusión increíble, un bajista y un baterista, David Byrne no solo brindó algunas de sus nuevas composiciones, sino que se atrevió a hacer covers impecables (como por ejemplo, un cover de un tema de Jimi Hendrix... casi sin tocar la guitarra, excelente), a cantar en varios idiomas,y sobre todo a reversionarse a si mismo. Los Talking Heads con arreglos de cuerdas... ¿qué más se podía pedir para que esa noche fuera perfecta?
Quizás yo hubiera pedido que la gente acompañase más al recital, con más energía y no todos sentados en su butaca como si estuvieran viendo a Estela Raval. Ya se, probablemente el hecho que un recital se haga en un teatro reprima un poco, probablemente hubo mucha gente que fue más que nada porque era un "evento" sin tener idea de lo que iba a ver... todo bien. Pero yo no entiendo a los recitales de rock como cosa pasiva, menos cuando el que está sobre el escenario está tocando "And she was" o "Psychokiller", así que desde aquí les pido disculpas si molesté a los que estaban detrás mío, porque me paré, salté, bailé y transpiré solo como loco malo. (Acá esta el testimonio de que yo transpiro la camiseta en los recitales)
Hate cannot drive out hate: una frase incompleta de Martin Luther King tenía bordada Byrne en la espalda de su camisa de obrero. La frase termina diciendo only love can do that. Y fue amor lo que sonó en el aire esa noche.
Muchas gracias Señor Byrne, vuelva cuando quiera. Tenemos los corazones abiertos.
Si, en la banda de sonido de mi adolescencia los Talking Heads ocuparon gran parte de mis días. Aún recuerdo el día en que abrí ese vinilo de tapas amarillas y un circulo azulado y lo puse en el centro musical, y apenas esa voz de tenor desesperado comenzó a decir a gritos que él tan solo era un tipo común que estaba derrumbando con fuego su casa supe que ya no iba a poder escuchar nunca más al rock como lo venía haciendo hasta ese entonces. Si, por aquellos tiempos Pink Floyd te desgarraba el alma con un tipo que se aislaba de la sociedad construyendo una pared, y apareció este otro igual de paranoico y con miles de problemas, pero encima de sus desgracias te invitaba a bailar. Aleluya.
Los años pasaron y a principios de los noventas David Byrne vino por Rosario a presentar su cuarto disco solista, casi en modo unplugged, con su pelo largo y negro, comprometido con la world music y mostrando su virtuosismo como sólo los buenos músicos pueden hacerlo. Beneficios de haber estado en el Primer Mundo, con el espejismo del uno a uno.
Y hace apenas quince días nos enterábamos que volvía a Rosario. ¿Era cierto? Si que lo era. Y bendito sea aquel al que se le ocurrió traerlo a Rosario.

Hacía mucho que no iba a un recital, estaba medio peleado con el Rock (&Pop, je) y mis últimas incursiones a conciertos fueron a ver bandas que estaban surgiendo o que eran el furor veraniego del momento. El último recital internacional que había visto fue el de Clapton en el 2001 (y casi me dormí), así que creo desde la despedida de Soda no iba a ver algo que tenía que ver con mis "raíces" musicales.
Y me encontré con un Byrne igual de flaco, pero con pelo corto y canoso, que con solo dos acordes me devolvió aquellos buenos momentos del pasado. Acompañado de un sexteto de cuerdas, un set de percusión increíble, un bajista y un baterista, David Byrne no solo brindó algunas de sus nuevas composiciones, sino que se atrevió a hacer covers impecables (como por ejemplo, un cover de un tema de Jimi Hendrix... casi sin tocar la guitarra, excelente), a cantar en varios idiomas,y sobre todo a reversionarse a si mismo. Los Talking Heads con arreglos de cuerdas... ¿qué más se podía pedir para que esa noche fuera perfecta?

Quizás yo hubiera pedido que la gente acompañase más al recital, con más energía y no todos sentados en su butaca como si estuvieran viendo a Estela Raval. Ya se, probablemente el hecho que un recital se haga en un teatro reprima un poco, probablemente hubo mucha gente que fue más que nada porque era un "evento" sin tener idea de lo que iba a ver... todo bien. Pero yo no entiendo a los recitales de rock como cosa pasiva, menos cuando el que está sobre el escenario está tocando "And she was" o "Psychokiller", así que desde aquí les pido disculpas si molesté a los que estaban detrás mío, porque me paré, salté, bailé y transpiré solo como loco malo. (Acá esta el testimonio de que yo transpiro la camiseta en los recitales)

Hate cannot drive out hate: una frase incompleta de Martin Luther King tenía bordada Byrne en la espalda de su camisa de obrero. La frase termina diciendo only love can do that. Y fue amor lo que sonó en el aire esa noche.
Muchas gracias Señor Byrne, vuelva cuando quiera. Tenemos los corazones abiertos.
lo dijo el Sr Coso a las 9:02 p. m.
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