miércoles, octubre 05, 2005

Cariño al pedo

Uno de los misterios de la vida, si es que hay misterios, es el por qué uno se encariña con objetos que tienden a ser inútiles.

Los otros días fui al supermercado (una de mis actividades preferidas) y con cierta sorpresa veo que al momento de pagarle, la cajera puso una cara mezcla de estupefacción, consternación y asco cuando yo saqué mi billetera del bolsillo. Claro, en ese momento no entendí qué estaba sucediendo, pero luego meditando camino a mi casa me di cuenta. Mi billetera me acompaña desde años, casi una década creo, y por su aspecto realmente merece estar dentro de alguna película china (que bueno, no, una de terror que se llame "La Billetera"). Pero todo buen hijo del vecino sabe que uno no tiene que discriminar por belleza, ni por edad, aparte yo a mi billetera la quiero mucho, me es muy práctica, me acompañó en algunos momentos muy alegres de mi vida... Esperen un momento... ¿Estoy hablando de una cosa hecha de simil cuero, toda ajada, deteriorada, a punto de partirse al medio, con algunos agujeros en su interior, o de una persona?... Hay algo que no está bien en esto.

Con el ejemplo de mi billetera no se vayan por las ramas de "ah, que loco consumista" ni ninguna de esas giladas. Hablo de cómo uno gasta cariño en pavadas. O no me van a decir que ustedes no tienen en su casa esa remera llena de agujeros que siguen usando y no piensan tirar porque es taaan linda, taaan buena... O esa taza rajada, con el asa partida, con la que hay que hacer malabares para no quemarse al tomarse un café con leche. O ese calzoncillo de batalla... de batalla contra el esfinter lleno de huecos y con el elástico roto. ¿Por qué uno se aferra a esas cosas? ¿Es para definirse y sentirse representado diciendo "yo soy esto: esta billetera, esta remera, esta taza"? ¿O quizás todos venimos con algo grabado en el ADN que dice que al fin y al cabo somos unos crotos?
lo dijo el Sr Coso a las 9:12 a. m.
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